He aprendido.
César Peralta
Dicen que nacemos para experimentar el mundo con
nuestros sentidos, dicen que nacemos para aprender, ¿Pero que venimos a
aprender?
Nacemos en diferentes lugares y por ende aprendemos del
ejemplo de las personas que nos rodean, absorbemos lo que vemos, imitamos los
sonidos que escuchamos y copiamos el comportamiento de las personas que están a
nuestro alrededor y así poco a poco adquirimos las habilidades para poder
comunicarnos y vivir de acuerdo a las normas sociales y a la cultura en la que
crecemos. Por muchos años dependemos única y exclusivamente de nuestros padres
y familia cercana o de las personas que nos cuidan. En estos primeros años
somos una esponja que quiere entender y saber que pasa a nuestro alrededor. En
esta etapa también imitamos comportamientos negativos, adquirimos miedos, experimentamos
rechazos, aprendemos a etiquetar situaciones, cosas y personas, aprendemos a
juzgar y de pronto un día sin damos cuenta ya estamos llenos de ideas y
conceptos aprendidos que si bien nos ayudan a vivir en sociedad, al mismo
tiempo nos alejan de nuestra verdadera naturaleza.
¿Verdadera naturaleza? Está comprobado que nacemos
en un estado puro de inocencia, en un estado puro de amor y gozo, basta con ver
la cara de un bebe para saber que ahí no hay conceptos e ideas limitantes, que
su mirada refleja e irradia el amor más puro e incondicional, que cuando somos
pequeños el estar presentes, es decir viviendo el aquí y él ahora es algo que
se da de forma natural, nacemos libres, nacemos amorosos, nacemos plenos.
No me adentrare en detalles para explicar cómo y
cuándo perdemos esta inocencia, la forma en que perdemos la curiosidad y la
admiración por la vida, la forma en que nos convertimos en seres
individualistas y dejamos de sentir la conexión con nuestros semejantes, la
naturaleza y el universo mismo. Sin embargo, creo que todos estamos de acuerdo
en reconocer que todo lo que aprendemos para bien o para mal nos marca como
seres humanos, nos ayuda a vivir y al mismo tiempo nos separa, lastima y nos
limita. Un día esos seres plenos, llenos de luz, llenos de vida y amor que
fuimos se convierten en hombres y mujeres con limitaciones, miedos y prejuicios,
separados unos de otros, desconectados
con nosotros mismos y con el resto del universo.
La familia, los amigos, la comunidad, la escuela y
la religión juegan un papel muy importante en el tipo de persona en la que nos
convertimos. El resultado está a la vista, algo estamos haciendo mal, algo no
está funcionando en la forma en que estamos siendo “educados” para la vida. Algo
estamos haciendo muy mal cuando en lugar de ayudar a crear seres humanos
felices y libres, nos esmeramos en seguir fomentando la ignorancia, el miedo y
los prejuicios, nos esmeramos y hasta sentimos placer al criticar, juzgar y
condenar las decisiones de nuestros semejantes. Algo estamos haciendo
definitivamente mal cuando alabamos y amamos al dinero y nos convertimos en seres
egoístas y sin compasión. Algo estamos haciendo mal cuando en lugar de
ayudarnos nos empujamos para vernos caer, cuando en lugar de alegrarnos por los
logros y el éxito de las personas sentimos envidia y celos. Algo no está
funcionando en este sistema en el que vivimos y del que somos parte, algo no
está bien.
Las causas son muchas los invito a reflexionar en
ellas, la solución solo una: “Amar a tu prójimo como a ti mismo” dijo Jesús
hace más de dos mil años. Para que esto suceda, para que este mandamiento, el
más importante según las escrituras bíblicas sea una realidad lo primero que
tenemos que experimentar es paz en nuestra vida, paz en nuestros corazones,
amor por nuestra vida, amor por nosotros mismos. Solo de esta forma podemos
sentir y dar amor a los demás. Es muy interesante para mí ver como las
diferentes religiones en su mayoría basan su doctrina y principios en el amor
incondicional y como todos aprendemos estos conceptos desde pequeños, conceptos
de los cuales estamos de acuerdo pero que no somos capaces de llevar a la práctica
en nuestra vida diaria.
No basta saberlo, no importa estar de acuerdo, no
importa creerlo, lo importante es vivir lo que sabemos, vivir de acuerdo a lo
que creemos. Lo que nos hace maestros es el compromiso y la práctica de lo
aprendido. Es decir todos los días, en cada momento la práctica de la
apreciación, del agradecimiento, la práctica del amor y la compasión deben ser
una tarea constante que sin duda nos dará resultados asombrosos.
En estos años de vida he aprendido que hay muchas
formas de vivir la paz, que hay muchos caminos para experimentar la paz en
nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestra vida. He aprendido que cuando tenemos
paz con dios todo se da por añadidura, y si tomamos en cuenta que dios está en
todos lados y nosotros somos parte de él, entenderemos muy fácilmente que
buscar la paz con dios es buscar la paz con uno mismo, es procurar la paz con
nuestros semejantes y generar paz en nuestra colectividad. Es reconocer que
somos amor, que somos paz, que no hay nada que buscar, porque toda la
sabiduría, el amor y la fuerza del universo habitan en nosotros.
Los caminos y las formas de vivir una vida plena son
muchas, son muchas las técnicas, rituales y tradiciones que nos llevan al
encuentro con uno mismo. Yo práctico cada vez que puedo meditación y yoga y
para mi funciona. Meditar constantemente y practicar yoga cada vez que se da la
oportunidad me ayudan a calmar mi mente y experimentarme cada vez más en paz,
más sereno, más alerta, más sorprendido por las maravillas que hay a mí
alrededor y por ende más agradecido con el universo y con mi vida lo que se
traduce en gozo constante y abundancia. Algunos le llaman bendiciones, otros
magia, yo le llamo simplemente el resultado de estar alineado con la energía
del amor que todo lo puede, con la fuerza omnipotente que todo lo crea, con la
paz indescriptible que permea cada célula de nuestro cuerpo y nos hace vibrar y
amar nuestra vida.
Practicar yoga nos hace mantenernos saludables,
fortalece nuestros músculos, nos hace más flexibles y más fuertes física y
mentalmente, hace que conozcamos y apreciemos más cada parte de nuestro cuerpo,
nos brinda la oportunidad de darnos cuenta lo fuerte y a la vez lo frágiles que somos, nos motiva
a retar a nuestro cuerpo y a nuestra mente de una manera gentil y compasiva.
Cuando practicamos yoga, estamos trabajando nuestro
cuerpo y nuestra mente en unidad, todo nuestro sistema se fortalece y por
consecuencia adquirimos fuerza, equilibrio y resistencia, aprendemos a retener
pero lo más importante aprendemos a
soltar y a dejar ir todo lo que no se sienta bien, como la vida cada clase es
diferente aun si realizamos la misma rutina. Por eso para disfrutar la práctica
del yoga al igual que para disfrutar la vida se requiere de una mente abierta,
inocente y sin expectativas. Fórmula mágica para la vida que nos permitirá disfrutar
cada momento.
Me gusta practicar yoga por que no se compite con
nadie, no se trata de ganar o perder, no se trata de ser mejor que nadie.
Cuando la yoga se practica en grupo se crea en automático una sensación de
comunidad, en donde se aprecia al maestro y a los compañeros que comparten la
clase, sin embargo la atención no está en los demás, toda tu atención está en
nuestra práctica, lo que importa es lo que sucede en nuestro tapete, y es
precisamente en nuestro tapete en donde de repente te cae el veinte de que lo
único que nos limita para no intentar alguna postura son nuestros propios
miedos y limitaciones, entonces una sensación de poder y un aprendizaje
profundo sucede cuando sobrepasamos ese miedo y de repente un día esa postura
que parecía imposible la podemos realizar fácilmente, ya no hay miedo, hay
confianza en nosotros mismos. En la
clase aprecias el nivel de tus compañeros, su disciplina y su constancia,
celebras sus logros y es fácil recordar que todos fuimos un día principiantes y
que todos tenemos la capacidad de poder hacerlo.
La yoga no se limita a la hora que dedicamos a
practicar “asanas” o al tiempo en el que cerramos los ojos para meditar, la
práctica es constante y diaria, aprendemos a observar nuestros pensamientos, a
aceptar lo que no podemos cambiar, a cambiar lo que tenemos que cambiar, a
dejar ir todo lo que no se siente bien, a soltar, a no engancharte con nada, a
reconocer la intemporalidad de las cosas, de las situaciones y de nosotros
mismos, comprendemos que nada es para siempre y que todo pasa lo bueno y lo
malo. Esta práctica me ha enseñado a ser gentil y generoso conmigo mismo y con
los demás, me ha hecho consciente de que los seres humanos no somos seres
terminados y que estamos en constante aprendizaje y evolución, es decir crecemos como seres
humanos y esas personas que conocimos hace veinte años son sin duda hoy en día
personas diferentes por que han crecido. Por eso con el paso del tiempo
aprendemos a conservar cerca a las personas que aportan a nuestro crecimiento espiritual
y dejamos ir y vivir su propia jornada a quienes no aportan algo positivo a
nuestra vida. Sin embargo, reconocemos como maestros a cada persona incluidos
esas que nos enseñan con su comportamiento lo que no queremos ser.
Lo que he aprendido en estos años es a ser
agradecido con la vida, a tratar de disfrutar cada momento, a dar sin esperar,
a reír más y a no tomarme nada demasiado en serio, a valorar lo que es
incomprable como los momentos con nuestros seres amados, la familia y los
amigos, a decir gracias con el corazón, a amar mucho, a ser compasivo conmigo y
con los demás. He aprendido que todos estamos en este mundo para aprender y
crecer y que tenemos que respetar las decisiones de los demás ya que cada quien
está viviendo su propia jornada de aprendizaje, su propio proceso de
reencuentro, aun sin ellos saberlo. He aprendido a dedicar mi tiempo a lo que
me gusta y disfruto, a decir no sin titubear y a dejar ir el afán de controlar,
he dejado de crearme expectativas pero con la confianza de que todo fluye de
acuerdo a los deseos de nuestro corazón de manera fácil y natural.
He aprendido que disfruto mucho estar en mi casa y
que las reuniones por compromiso no existen en mi agenda pues solo hago lo que
quiero y amo, excepto las reuniones de trabajo por supuesto a las que si tengo
que ir. He aprendido a escuchar y he aprendido a callar cuando es necesario, he
aprendido a evadir toda clase de confrontación y peleas, he aprendido a no
escuchar chismes y alejarme de los que critican despiadadamente a sus
semejantes. He aprendido que no somos nadie para juzgar la jornada de los demás
y que todos cometemos errores, ya que estos son parte importante del proceso de
aprendizaje.
He aprendido a comer mejor, a comer más saludable ya
que es nuestro cuerpo el único vehículo que tenemos para experimentar la vida,
he aprendido a disfrutar del vino y de una buena compañía, he aprendido a no
revolver alcohol ya que la resaca a esta edad es terrible y no hay nada mejor
que levantarse con energía.
He aprendido a valorar las diferentes formas de expresión
del ser mediante el arte, e incluso pinto cuando siento el deseo de hacerlo, me
encanta ir a las galerías y apreciar el talento, la imaginación y la maestría
de los artistas. He aprendido a cantar canticos y mantras que son como una
medicina para mi espíritu. He aprendido que viajar es una de las experiencias
que nos debemos de regalar cada vez que podamos, el viajar expande nuestra consciencia
y nos invita a estar más abiertos a las diferentes formas de vida y culturas.
Salir de tu ciudad por algún tiempo y experimentar la vida en un país distinto debería
ser obligatorio para todos los que quieren abrir su mente y horizontes.
He aprendido a valorar el clima y las diferentes
estaciones del año, todas tienen un encanto especial y un día soleado de primavera
adquiere singular belleza después de un largo invierno.
He aprendido a perdonar, porque el perdón es
sanador, sobre todo cuando nos perdonamos a nosotros mismos y al mismo tiempo
he aprendido a pedir perdón con humildad y arrepentimiento, he aprendido por experiencia que no hay fuerza
que se resista al amor y que todo nuestro mundo cambia cuando vivimos y
actuamos desde ese espacio. He aprendido a no darle importancia a quien me
crítica y a cortar la comunicación con quien no me quiere, me envidia o me
desea el mal. No tengo la necesidad de complacer a nadie, porque es imposible
complacer a todo el mundo.
He aprendido a respetar las diferentes formas de
pensar, pero no estoy dispuesto a soportar ningún insulto o comentario
ignorante en contra mía o de cualquier persona que este conmigo. Es ahí cuando
tenemos que ser compasivos y actuar con amor incondicional y sabiduría. He
aprendido que entre más aburrida esta una persona, entre más infeliz y
miserable es su vida más disfruta el criticar y destruir la reputación de los
demás. A ellos les deseo que algún día encuentren amor y paz en su vida.
He aprendido a desaprender muchas cosas que creía y
que me limitaban. He aprendido a aceptar que el camino es largo y que tengo
muchas otras cosas que trabajar, muchos obstáculos, limitaciones y miedos que
superar, muchos libros por leer, muchas horas para meditar y mucho tiempo para
seguir creciendo, intentando, explorando y descubriendo lo maravilloso que es
vivir. He aprendido a ser yo en cualquier momento, situación y lugar. He
aprendido a amarme y he descubierto que todo fluye cuando vivimos en paz y
amor. ¡Namaste!
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