“Que nada te apene, que nada turbe tu corazón ¿Que no estoy yo aquí que soy tu madre?”

“Que nada te apene, que nada turbe tu corazón ¿Que no estoy yo aquí que soy tu madre?”
César Peralta

“Que nada te apene, que nada turbe tu corazón ¿Que no estoy yo aquí que soy tu madre?” Es una de las frases que resuenan en mi mente y en mi corazón cada vez que la recuerdo y cada vez que lo hago un escalofrió reconfortante me envuelve, una sensación de paz me inunda, un sentimiento de confianza me relaja y me hace regresar al momento presente en donde no existe el pasado y en donde la incertidumbre del futuro no tiene cabida, entonces me rindo al amor universal que me hace consciente de mi conexión con el Universo y gradualmente, poco a poco, de manera sutil, gentil y amorosa todo sentimiento de frustración, tristeza, preocupación y miedo desaparece.

No siempre fue así, la primera vez que escuche esta frase no le di la importancia que ahora le doy, era solo un niño y como cualquier otro pequeño no tenía ni el deseo, ni la necesidad de reflexionar acerca del significado de la frase que ahora siendo un adulto representa tanto para mí. Cuando eres un niño se vive de manera inocente y de manera natural disfrutamos cada momento, no nos preocupa lo que paso hace un año o lo que paso ayer, no nos turban las preocupaciones del mañana y no analizamos la situación con todos los juicios y filtros con los que vemos la “realidad” los adultos.

Nos basta crecer un poco para ir “aprendiendo” lo que la sociedad a nuestro alrededor nos muestra como lo “normal” y entonces solo entonces nos preocupamos, asumimos sin preguntar, criticamos, enjuiciamos, discriminamos, no respetamos, engrandecemos los errores, nos enfocamos en lo negativo, vemos la vida complicada, nos victimizamos, nos destruimos a nosotros mismos y a los demás.

Aprendemos que estamos separados uno del otro y el sentimiento natural de comunidad y cooperativismo con el que venimos dotados a este mundo se transforma en un sentimiento de soledad y competitividad que tenemos que saciar con lo que nos han hecho creer es el éxito de la vida: el éxito material. Crecimos en un mundo corrompido en el que los medios de comunicación alientan nuestra soledad y nos brindan como solución inmediata el consumo desmedido como la medicina para aliviar la ansiedad y el vacio en el que nos encontramos desde el momento en que olvidamos quiénes somos, nuestra verdadera naturaleza, nuestra verdadera esencia.

La mayoría de las instituciones religiosas en algún punto de su historia por no decir desde su génesis se enfocaron en controlar como rebaños a las masas sedientas de una experiencia espiritual y fomentaron la creencia de la existencia de un dios amoroso y castigador que está completamente separado de nosotros: mujeres y hombres pecadores e impíos. En otras palabras nos han enseñado que a este mundo se viene a sufrir, a ser víctimas y que es un error cuestionar la verdad absoluta que solo ellos poseen si es que queremos alcanzar el paraíso prometido, claro está después de muertos.

La buena noticia es que no debemos esperar a morirnos para empezar a vivir una vida plena, una vida que disfrutemos y en donde la paz y la felicidad sean una constante en nuestro diario vivir, una paz tan constante y placentera de la que es difícil querer separarse. Los místicos de todos los tiempos descubrieron esta paz y trataron de describirla, sin embargo el regreso a casa, el regreso a vivir como niños en el reino de los cielos es una jornada personal, que requiere intención y porque no decirlo de un entrenamiento necesario y tal como desarrollamos nuestros músculos de una práctica constante.

El entrenamiento de enfocar nuestra mente a estar constantemente presente y en conexión con el todo nos lleva de manera fácil y natural a convertirnos en creadores de nuestra propia realidad y en mi caso fue la llave para disfrutar la vida de la manera en que se debe vivir, no lo aprendí lo recordé pues así vivimos cuando éramos niños, libres de ideas, prejuicios y conceptos limitantes y destructivos. Sin temor a equivocarme puedo decir que fue la meditación la que marco un antes y después en mi vida. Esto no quiere decir que mi vida estaba mal, simplemente me volví un poco más consciente de lo que es verdadero y ahora me doy cuenta cuando mi mente se quiere enganchar en situaciones de drama, preocupaciones o ansiedad y es mi elección quedarme ahí o elegir por una actitud que me regrese a vivir el aquí y el ahora.

El reconocer mi verdadera naturaleza me hizo ver a los demás como mis iguales, unos más confundidos que otros, cada uno viviendo su propia jornada de búsqueda espiritual que aun sin ellos saberlo viven. En este camino no he conocido hasta ahora a ningún santo o ser perfecto, he conocido a seres humanos como tú y como yo con el genuino deseo de ser mejores, de ser libres, de ser felices. Fue hasta que experimente por primera vez la paz que se siente cuando se calma la mente cuando esta frase se volvió  poderosa en mi vida y sobre todo viniendo de la representación más grande del amor incondicional: la madre. “Que nada te apene, que nada turbe tu corazón, ¿Qué no estoy yo aquí que soy tu madre?

Con esta nota más que desear, los quiero invitar a que empiecen si es que no han empezado a vivir una vida feliz, de verdad vale la pena.

¡Que tengan una feliz navidad y un prospero y feliz año 2014!



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